Nº 1.891 – 27 de Septiembre de 2020
“Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos.” (Cantar de los Cantares)
Cuando el amor es verdadero, ningún problema lo puede destruir. Ciertamente, el amor de Dios es imperecedero. Podemos pasar por innumerables circunstancias difíciles que parece que nos van a disolver, pero el que vive en el amor del Señor, verá su casa en pie después del huracán. Obviamente, la casa no es la hecha de materiales terrenales, sino la casa celestial, el cuerpo celestial. Aunque este cuerpo de carne se deshaga, tenemos una casa en los cielos no construida por manos humanas. Esa es nuestra realidad y nuestro futuro. Ahora vemos todo oscuramente, de manera borrosa. Hay nubarrones que oscurecen nuestro diario caminar. Pero en la Nueva Jerusalén no existirá la duda porque viviremos en la auténtica realidad. Ahora, nuestra visión puede ser eclipsada parcialmente por las crisis. Pero sabemos que nos espera el Reino de Dios en todo su esplendor. La justicia y la verdad serán plenas y el pecado, la enfermedad y la muerte ya nunca más existirán. “Paciencia, paciencia hermanos” nos susurra el Espíritu de Cristo, “porque mi paciencia no es para condenaros sino para salvaros”. Necesitamos ser pacientes hasta el final para llegar a la meta. Y llegar a la meta es la victoria. No importa llegar primero, segundo o tercero. Lo que importa es llegar. Recordemos que muchos que llegarán los últimos, ocuparán los primeros puestos en el Reino de justicia, paz y gozo.
¡Seamos todos llenos del Espíritu Santo para obtener la paciencia que nos falta!
Pastor Antonio Martín Salado