Qué creemos

Hablamos donde la Biblia habla y callamos donde la Biblia calla. De modo que las Sagradas Escrituras son nuestra norma suprema de fe y de práctica. Los puntos más distintivos de nuestra fe son los siguientes:

Creemos en Dios, Creador y Sustentador Soberano del universo, Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es Mesías prometido a Israel y Deseado de todas las naciones.

Creemos que Dios llama a los mundos para que existan, creó a la estirpe humana a su imagen y semejanza, y puso y pone ante la humanidad los caminos de la vida eterna y de la muerte eterna.

Creemos en Jesucristo, el Verbo de Dios, quien es Dios, y fue hecho carne para habitar entre nosotros, como uno de nosotros, y dar su vida por nosotros, cumpliendo así el sentido de su nombre profético: Emanuel, Dios-con-nosotros, quien es el mismo ayer, y hoy y por los siglos; y es, por su doble naturaleza de Dios verdadero y hombre verdadero, nuestro único mediador entre Dios Padre y los hombres.

Creemos que Dios nos ha amado tanto, a pesar de estar muertos en nuestros delitos y pecados, que ha dado en su Gracia soberana a su Hijo Unigénito Jesucristo, para que todo aquel que cree en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna.

Creemos que Dios busca en su santo amor salvar a todos los seres humanos de la desorientación espiritual y del pecado, es decir, de la desobediencia a la voluntad divina.

Creemos que Dios juzga y juzgará al ser humano y a las naciones por medio de su justa voluntad, declarada habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras, a los padres en la fe por los profetas, y en los últimos tiempos por su Hijo Jesucristo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.

Creemos que en Jesucristo, nuestro Señor crucificado y resucitado, Dios ha venido a nosotros en esa relación paterno-filial para compartir nuestra naturaleza y condición, ha vencido al pecado y a la muerte y ha ofrecido de esa manera la reconciliación de los humanos para sí mismo, recibiendo en la Cruz del Calvario el castigo que nosotros merecemos por nuestros pecados.

Creemos que Dios nos concede la presencia y la unción de la bendita Persona del Espíritu Santo para movernos hacia el arrepentimiento del pecado y la fe en Jesucristo, sellarnos como propiedad adquirida al precio de la sangre derramada por Jesucristo en la Cruz del Calvario, bautizarnos con poder de lo alto y darnos dones, ministerios y operaciones para la edificación de la Iglesia de Jesucristo y la salvación de los perdidos.

Creemos que Dios nos concede su Santo Espíritu que crea y renueva la Iglesia de su Hijo Jesucristo y nos une en un pacto de amor y fidelidad a personas de todos los orígenes, culturas, trasfondos religiosos, lenguas y edades.

Creemos ser fieles a Jesucristo y a los primeros cristianos manteniendo a la Iglesia separada del Estado Secular, por cuanto creemos que el sostén material de la Iglesia corresponde exclusivamente al pueblo de Dios y forma parte integrante de nuestra mayordomía cristiana.

Creemos que Dios nos llama como parte de la Iglesia de su Hijo Jesucristo, de la cual sólo Jesucristo es cabeza, y sólo su Santo Espíritu es Vicario, para que aceptemos el coste y la alegría del discipulado; para que seamos sus colaboradores en el servicio de nuestros prójimos, primeramente llevándoles el Evangelio del Reino y de la Gracia Divina, y también procurando satisfacer las necesidades inmediatas materiales de los necesitados; para proclamar el Evangelio por todo el mundo y resistir los poderes del mal; para practicar y defender la libertad de conciencia para todos los humanos; para compartir el bautismo de Jesucristo en las aguas con fe personal, comer de su mesa conmemorativa de acción de gracias por su sacrificio, y unirnos a Jesucristo por el Espíritu Santo en su pasión y victoria.

Creemos que Dios promete a toda persona que confía en Jesucristo el perdón de los pecados y la plenitud de la Gracia Divina, valor en la vivencia de la fe que obra por el amor, su presencia en las alegrías y en los pesares, perseverancia en el seguimiento de Jesucristo como Camino al Padre, y vida eterna en el Reino de Dios que vendrá en plenitud con el Segundo Adviento de Jesucristo hecho Señor y Mesías para establecer cielos nuevos y tierra nueva.

Creemos que si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.

Creemos que en el día postrero, el Gran Día de Dios, Jesucristo descenderá del Santuario Celestial, donde ahora intercede por nosotros como Sumo Sacerdote del Orden de Melquisedec, para levantar a todos cuantos vivieron y durmieron en la esperanza mesiánica y fueron temerosos de Dios con la luz de que dispusieron, y para glorificar a los discípulos vivos, y trasladarnos a los unos y a los otros a los Cielos para celebrar las Bodas del Cordero y reinar con Cristo durante mil años.

Creemos que Jesucristo, según sus promesas, ha ido a preparar lugar para los redimidos en la Casa del Padre, donde hay muchas moradas, y de donde vendrá para tomarnos a cuantos le esperamos, pues su deseo es que estemos donde Él está.

Creemos que los otros muertos, todos los que rechazaron la Gracia de Dios viviendo impiamente, serán despertados después del milenio, y capitaneados por Satanás -¡Dios le reprenda!- saldrán para batallar contra Jesucristo y los santos de la Nueva Jerusalem que habrá descendido del cielo. Entonces Dios hará descender fuego del cielo y los consumirá.

Creemos que Dios creará nuevos cielos y una tierra nueva. Dios morará con los redimidos y enjugará toda lágrima de sus ojos; y ya no habrá muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas habrán pasado.

Creemos que nada inmundo podrá acceder al Reino de Dios y de Cristo. Todos los impíos dejarán de ser, como la grasa de los carneros, y no quedará de ellos ni raíz ni rama.