Nº 1.862 – 8 de Marzo de 2020
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” (Mateo 25:35 y 36)
Recordar estas palabras de Jesús se vuelve cada día más necesario para no dejar en el olvido a todos los extranjeros que no hemos acogido en Europa. Aún los que consiguieron llegar, están presos en los llamados “centros de internamiento para extranjeros”. Pero el coronavirus sí puede traspasar las fronteras. Y pienso que cerrar las fronteras a los necesitados, a los menesterosos, a los indigentes… ha abierto las puertas de par en par al virus. Podíamos echar la culpa a los políticos y dirigentes de la Unión Europea, y no haríamos mal. Pero toda la responsabilidad no es de ellos, sino de los pueblos de Europa que no nos levantamos a favor de todos los desplazados. No es extraño que el mayor número de casos de afectados por el virus esté en Italia (nación donde aquel “Salvini”, lejos de “salvar” a alguien, aborreció a los pobres migrantes). Italia, un país de católicos que exhibió por el mundo su dureza frente a los pobres errantes. Tampoco creo que en España seamos mucho mejor que ellos. No veo manifestaciones para que se abran las puertas de las “cárceles de inmigrantes”, ni para que se derriben los muros de Ceuta y Melilla, ni para que se traiga a los abandonados en la isla de Lesbos en Grecia. La verdad, a casi nadie le importa que los niños en este “campo de concentración” deseen morir, se autolesionen, e intenten suicidarse. A nuestras autoridades no les importa en absoluto. Y, a los cristianos ¿nos importa? Ruego al Señor que no nos olvidemos de ellos, y sigamos orando y dando voz a los que no la tienen. Y, colaboremos activamente con organizaciones que trabajan in situ con nuestros hermanos pobres y errantes, olvidados por la opulenta Europa.
Pastor Antonio Martín Salado