Nº 1.858 – 9 de Febrero de 2020
“¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido, y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos pues lo que debíamos hacer, hicimos.” (Lucas 17:7-10)
Algunos hermanos no han entendido que somos sirvientes y esperan todavía, en cada acción, el aplauso de aprobación del Señor. Creen que son merecedores de un premio cada vez que ejecutan un servicio en la comunidad. Una parte de estos hermanos, toma directamente “su premio” apropiándose de algo que no les pertenece, como la gloria que sólo le corresponde al Señor. Otros esperan que todos vayamos corriendo a darles las gracias por su servicio. Pero aquí, el Maestro nos enseña que lo que hacemos es nuestro deber, ni más ni menos. El servicio es nuestra responsabilidad y se lo debemos al Señor. No es nunca una transacción. Es decir, que como hago algo en la iglesia, debo recibir una contraprestación. Los que siempre buscan una recompensa por lo que hacen, no han entendido el servicio al Maestro. Esa actitud es, bajo mi punto de vista, bastante infantil. Servimos por amor, servimos por gratitud, servimos en definitiva porque es nuestro deber. En la empresa donde trabajamos hacemos lo que se nos ha encomendado y no tenemos que esperar a cada rato, que el jefe venga a darnos las gracias o nos haga parte de nuestra responsabilidad o nos invite a cenar. El jefe no tiene por qué darnos explicaciones de lo que hace ni podemos cuestionar sus órdenes. Podemos hablar y dar nuestra opinión al respecto, pero, a la postre, tendremos que hacer lo que se nos manda y hacerlo sin rechistar si está dentro de nuestras funciones. ¿Le rechistaremos al Señor? ¿Le pediremos cuentas al Creador del universo? ¿Pleitearemos con nuestro Hacedor? Hagamos lo que nos toca hacer con alegría, sin quejas, sabiendo que es ni más ni menos que nuestro deber. Y nuestro deber, como dice el himno antiguo, es obedecer.
Pastor Antonio Martín Salado