Nº 1.840 – 6 de Octubre de 2019
El Señor ha ido a preparar lugar para nosotros en la Nueva Jerusalén. La Ciudad Santa que descenderá del cielo como una esposa vestida y adornada para su Marido. No nos quepa duda. El Señor Jesucristo estará allí con nosotros por toda la eternidad. El mismo Jesús que fue crucificado por nuestros pecados y que resucitó al tercer día y ascendió al cielo de Dios. De allí volverá pronto para buscar y llevar, a los que le esperan, a su Ciudad Celestial. Y después descenderemos con ella a una Tierra renovada donde la Paz no tendrá límites. En la Nueva Tierra que Dios va a crear, todos tendrán su porción de tierra y ya nadie invadirá la tierra del otro. Por fin, el reparto de los bienes en la Nueva Tierra será equitativo y nadie tendrá ninguna necesidad. Todos los pueblos que entren en el Reino de Dios, por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, vivirán entre los hijos de Israel como iguales. Y ya no habrá extranjeros porque todos viviremos por fin como hermanos. El extranjero ya no será extranjero, sino Natural, con los mismos derechos. El Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo, nos atestigua que somos hijos e hijas de Dios y que estaremos con Él. Por eso, todo sufrimiento presente queda minimizado ante la gloria que nos espera con el Señor ¡Gloria eterna a su lado! La novia del Cordero, la prometida de Cristo ha de esperar a su Anhelado siéndole fiel: guardando sus mandamientos. Para que, cuando el Novio retorne, nos encuentre expectantes con los focos bien encendidos, iluminando con intensidad pletóricos del Poder del Espíritu. Alumbrando en todas direcciones para dar testimonio de la Luz Verdadera. EL ESPÍRITU Y LA ESPOSA DICEN: ¡VEN! Y EL SEÑOR DICE: ¡CIERTAMENTE VENGO EN BREVE! ¡AMÉN! ¡VEN, SEÑOR JESÚS! ¡SÍ! ¡VEN SEÑOR JESÚS!
Pastor Antonio Martín Salado