Nº 1.838 – 22 de Septiembre de 2019
“Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.” (Lucas 11:4) Si nos negamos a perdonar, el mal nos alcanzará. Así que somos perdonados por el Señor siempre para perdonar. Si no perdonamos, cerramos nosotros mismos la puerta al perdón del Padre. Jesús perdonó a los que le quitaban la vida: “y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:33-34) En muchas ocasiones, no sabemos lo que estamos haciendo. Pensamos que tenemos la razón, la verdad, el control y que nuestras actitudes y hechos son los correctos. Pero el Señor nos tiene que corregir diciéndonos que sus pensamientos no son nuestros pensamientos. Pues son infinitamente mejores, más altos, sublimes y maravillosos que los nuestros. Y sus soluciones son siempre mejores que las nuestras. Jesús perdonó lo que parecía imperdonable. Todos necesitamos su perdón porque todos tenemos pecado. El Señor nos regala su perdón y se olvida de todos nuestros pecados, para que también nosotros con su perdón hagamos lo mismo. Perdonemos a los que nos han dañado, olvidando completamente las ofensas y queriendo ser sanados del dolor y de la herida, porque “por su llaga hemos sido sanados.” La Palabra del Señor dice: “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros: sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.” (Miqueas 7:18-19) Hermanos, no escondamos las ofensas, pidamos perdón y perdonemos.
Pastor Antonio Martín Salado