Nº 1.836 – 8 de Septiembre de 2019
“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor. Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.” (1 Pedro 2:1-4)
Un cristiano debe llevar siempre una papelera o “cubo de la basura” donde tirar todo el pecado. No es posible ser auténticos cristianos sin desechar constantemente toda nuestra maldad. Es muy habitual, al convertirse, el anhelo de mamar la leche de la Palabra de Dios que nos muestra cuan equivocados estábamos al cargar con una mochila de maldad, mentira, actuación, celos, y un gran saco de malas conversaciones, murmuraciones, difamaciones y maldiciones. El peligro es que, con el paso de los años, pensamos que ya no necesitamos leche sino solamente alimento sólido. Pero si no volvemos siempre al principio, a las bases o a los fundamentos, podemos recuperar de la papelera, lo que al principio desechamos. Podemos despertarnos un día y haber perdido la frescura del Espíritu Santo y estar corrompidos como los alimentos que llevan tiempo fuera de la nevera. Entonces volvemos a ser maliciosos, a no ser sinceros, a actuar para el “público”, envidiar lo que el de al lado ha conseguido y hablar mal de todos sin excepción (porque murmurar es un deporte generalmente muy practicado, y no vamos a ser menos nosotros).
¡Cuidado hermanos! ¡Tengamos mucho cuidado! Revisemos de nuevo nuestro interior y nuestro exterior y arrojemos a la basura todo lo que no conviene. Nadie lo va a hacer por ti o por mí. Y feliz semana a todos.
Pastor Antonio Martín Salado