Nº 1.833 – 18 de Agosto de 2019
“Saludad a Andrónico y a Junias, mis parientes y compañeros de prisiones. Ellos son muy estimados entre los apóstoles, y además creyeron en Cristo antes que yo.” (Romanos 16:7)
Pablo llama a Junias (posiblemente Juni o Julia) su pariente y compañera de prisión. Al igual que Pablo, ella había sufrido persecución y encarcelación por el Evangelio. Evidentemente, su ministerio y fe habían sido conocidas incluso fuera de la iglesia. Algunas veces olvidamos que los primeros cristianos tuvieron que sufrir bajo el puño de hierro de la Roma pagana por proclamar que Jesucristo es el Señor y no el César. Para Junia y Andrónico (quizás su esposo), ser apóstol no era un asunto de privilegio, sino de prisión. Junia se había convertido a Cristo antes que Pablo mismo. Dado que su conversión se había producido sólo unos pocos años de la resurrección de Cristo, Junia debía haber sido una de las primeras convertidas y posiblemente una de las fundadoras de la iglesia en Roma. Ella habría viajado a Jerusalén para la Pascua y presenciado la crucifixión y más tarde, la ascensión de Cristo Jesús resucitado. O quizás ella era una de las “visitantes de Roma, tanto judíos como prosélitos” que se convirtieron por las mujeres y hombres que, llenos del Espíritu Santo, proclamaron “las maravillosas obras de Dios” en el día de Pentecostés y siguientes. Sabemos que la iglesia en Roma estaba bien establecida antes que Pedro y Pablo viajaran allí (Romanos 1:7-13). Pablo escribe que Cristo resucitado se apareció a 500 “hermanos” en una ocasión y después a todos los apóstoles, la mayoría de los cuales aún vivían (1 Corintios 15:5-7). En griego el término “hermanos” es genérico, una expresión figurativa para todos los cristianos. Y los “apóstoles” que presenciaron a Cristo resucitado son distintos de “los Doce”. (Por Kathryn J. Riss) Continuará…