Nº 1.823 – 9 de Junio de 2019
“Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en la fe, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.” (Romanos 15:13)
Dice la sabiduría popular que la esperanza es lo último que se pierde. Si perdemos la esperanza, lo perdemos todo. Hoy en día, hay muchas personas desesperanzadas y desesperadas. Y si miramos a las circunstancias presentes y futuras del planeta y sus habitantes, no faltan motivos reales para perder la esperanza.
Gracias a Dios, la esperanza o nuestra esperanza, realmente no es nuestra, sino del Señor: Él es el Dios de la esperanza. Y sólo por el poder del Espíritu Santo recibimos abundante esperanza. Como todo con Dios, esto no es automático, sino requiere búsqueda, trabajo, acción, obediencia… Es en la fe, en el creer a Dios, en serle obedientes donde el Espíritu nos llena y nos suministra más esperanza en medio de los sufrimientos y dificultades que imperan en el mundo.
Los que no viven la fe, no participan del cuerpo, no se integran en la comunidad de fe, no obedecen los mandamientos del Señor, no pueden tener apenas esperanza. Y menos experimentar toda alegría y toda paz independientemente de las circunstancias. La vida cristiana está llena de esperanza, alegría y armonía sobrenaturales, porque proceden de Aquel que está por encima de nuestra naturaleza humana.
El Verbo fue hecho carne. Jesús, Dios con nosotros, fue constituido en criatura, en ser humano para traernos la esperanza, la fe, la alegría y la paz que no podíamos disfrutar en nuestra naturaleza enferma de pecado.
Esperamos la venida del Señor y que todo termine, pero no aguardamos la vuelta de Cristo sin esperanza, descreídos, tristes y descolocados, sino que por el poder del Espíritu Santo vivimos viendo sin ver y saludando de lejos el futuro glorioso que nos ha sido dado. Viene un derramamiento del Santo Espíritu sin precedentes. ¿Estaremos completamente abiertos a recibir para dar? Alegrémonos en el Señor en toda ocasión, aunque haya escasez de todo tipo, y digamos todos juntos ¡Sí, ven Señor Jesús! ¡Amén!
Pastor Antonio Martín Salado