Nº 1.821 – 26 de Mayo de 2019
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir, porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; pero cualquiera que los cumpla y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos. Por tanto, os digo que si vuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 514-20)
Todos queremos entrar en el reino del Señor y Jesús nos dice que hay condiciones. El trabajo del Espíritu Santo es hacer justos a los hijos y las hijas de Dios. Todo el esfuerzo del Espíritu es para llevarnos al pensamiento justo de Jesús, para que nuestro comportamiento sea igualmente justo en el mundo. Jesús no cometió ninguna injusticia porque la injusticia no cabía en su mente. Si somos lo que decimos ser: cristianos, la injusticia no nos puede coger en el pensamiento. No podemos minimizarla ni mucho menos admitirla. Y no solamente cuando nos afecta a nosotros, sino siempre e independientemente de a quien afecte. La fe-obediencia de Jesús que nos ha sido dada se irá desarrollando para formar hombres y mujeres justos como nuestro Maestro el Cristo. Que el Señor nos dé siempre valentía para vivir practicando la justicia y viviendo la equidad. Si no, no hay luz posible.
Pastor Antonio Martín Salado