Nº 1.814 – 7 de Abril de 2019
La impaciencia es un mal endémico de nuestras sociedades modernas. Nos hemos acostumbrado a pasar el dedo por un sensor y las máquinas nos obedecen. En muchos casos, sólo con nuestra presencia, se ponen en funcionamiento los mecanismos. Podemos hablar ya con las computadoras y nos responden casi instantáneamente. En unos pocos años, la inteligencia artificial va a realizar prácticamente todas las tareas que podamos imaginar. Nos iremos todos al paro y nos deshumanizaremos más todavía. Hablar con una máquina es infinitamente más fácil que con otro ser humano. Pensamos que la máquina la tenemos absolutamente bajo control y nunca nos va a responder mal o nos va a dañar… Pero, tiempo al tiempo, es muy probable que las máquinas y los robots dominen este planeta antes de la Segunda Venida de Cristo. Hay un texto en Apocalipsis que parece describir a un ejército de robots destructores (Ap 9:16-18) “Y el número de los ejércitos de los jinetes era de doscientos millones. Yo oí su número. Así vi en visión los caballos y sus jinetes, que tenían corazas de fuego, zafiro y azufre. Las cabezas de los caballos eran como cabeza de leones, y de sus bocas salía fuego, humo y azufre. Por estas tres plagas fue muerta la tercera parte de los hombres: por el fuego, el humo y el azufre que salía de sus bocas, pues el poder de los caballos estaba en sus bocas y en sus colas, porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas y con ellas dañan.” Esta aniquilación masiva en guerras de probables robots, drones y nano-robots, nos lleva a darnos cuenta de la rapidez con la que todo puede terminar, y no parece estar tan lejos. Seamos pacientes con las personas en una época donde todo se precipita vertiginosamente. Seamos pacientes, pero actuemos sin demora porque la paciencia con nuestros semejantes será una característica del resto de fieles a Jesucristo que quede en los últimos días: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.” (Ap 14:12). Nuestra conducta paciente y amorosa será una antorcha en medio de la maldad y el apresuramiento reinante. “Y oí una voz que me decía desde el cielo: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.” (Ap 14:13)
Pastor Antonio Martín Salado