Nº 1.806 – 10 febrero 2019
El trabajo del diablo es dividir. No ignoramos sus maquinaciones. Y romper la unidad de la iglesia es la obra perversa del enemigo de nuestras vidas. El malo se goza cuando ve las congregaciones divididas porque ha conseguido sembrar la discordia entre los hermanos. Pero Jesús oró fervientemente al Padre de todos para que nos guardara en Su Nombre, protegiéndonos de la división: “Padre Santo, a los que me has dado, guárdalos en tu Nombre, para que sean Uno, así como nosotros.” (Juan 17:11b)
Sabemos que una casa dividida contra sí misma, no puede prevalecer. Si continuamos divididos, unos contra otros, Eben Ezer no podría avanzar. El mismo demonio sabe que no puede echar fuera a sus propios demonios porque perdería fuerza. Así que tenemos que ser sabios y arroparnos bajo la guardia de nuestro Padre celestial para conservar la unidad.
Si nos resguardamos bajo sus alas de amor y refugio, no nos quedará más remedio que juntarnos y descansar nuestras cabezas sobre el costado de los demás. Como hacía Juan, el discípulo amado que recostaba su sien sobre el pecho de Jesús. Es el momento de poner la cabeza sobre el hombro del que tienes al lado y que nadie se quede sin un hombro en el que apoyarse.
“Soportándonos unos a otros si alguno tiene queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” (Colosenses 3:13) El paraguas del perdón nos mantendrá vinculados y más aún, unidos en el amor de Dios. Y así, el Señor puede enviarnos al mundo y guardarnos del maligno. Unidos somos fuertes y nos mantenemos puros de contaminarnos con el mundo. “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.” (Juan 17:15 y 16)
Así que mucha unidad.
Pastor Antonio Martín Salado