Nº 1.681 – 18 de Septiembre de 2016
La grandeza personal no se muestra solamente en los grandes logros de la vida.
También se pone de manifiesto cuando reconocemos nuestros errores con humildad y sencillez.
Cuando nos presentamos así ante Dios, ante nuestra familia o nuestros amigos y compañeros, con la actitud del hijo pródigo de la parábola, reconociendo que hemos pecado, que hemos sido ingratos o desconsiderados, se pone de manifiesto una grandeza mayor que cuando recibimos aplausos por algún logro.
El Santo Espíritu de Dios nuestro Señor trabaja en nuestros corazones para movernos a reconocer ante nuestro Señor y ante los demás que hemos pecado contra Dios y contra los otros, y no merecemos ser miembros de nuestra familia, hijos e hijas de Dios, compañeros del camino de la vida.
Sin embargo, Dios en su infinita misericordia ha prometido el perdón y la restauración para quienes confesemos nuestros pecados, nuestro errores, nuestros tropiezos y caídas.
Nuestro Señor es capaz para convertir incluso nuestros errores en ocasiones y oportunidades para el encuentro con los demás, con nuestra familia, con nuestros amigos y con el propio Dios.
Nada mejorará nuestra comunicación por encima de nuestra sinceridad de corazón, el reconocimiento de nuestros fallos y debilidades, y la confesión de nuestros errores.
El reloj del corazón nos ayudará a no olvidar nuestros compromisos.
El calendario del alma nos ayudará a no olvidar la fecha y hora de nuestras responsabilidades.
Y el diccionario de nuestra mente nos ayudará a no olvidar el significado de las palabras.
Evaluemos nuestro caminar y ampliemos nuestros horizontes, pues la vida es breve.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.