Nº 1.676 – 14 de Agosto de 2016
Se cuenta una historia talmúdica en la que un sabio hebreo llamado Elías fue a su rabino para preguntarle qué podría hacer para vivificar su servicio a Dios.
Aquel Elías era un hombre santo que vivía apartado del mundo, separado de la sociedad, dedicado enteramente al estudio, la oración y la meditación. Pasaba noches enteras orando y alabando al Señor, y sus ayunos eran constantes. De modo que el rabino le respondió: “Es fácil ser un santo enclaustrado en tu cuarto. Deberías ir al mercado y tratar de ser un santo allí.”
Siempre ha habido, y sigue habiendo, quienes creen que la santidad consiste en apartarse de la vida, de la sociedad, de los hombres, del mercado diario. Si hubiera sido por el Apóstol Pedro, se habrían quedado en lo alto de aquel monte en el que nuestro Señor Jesucristo les mostró un atisbo de su gloria.
De ahí su propuesta de construir unos pabellones para quedarse con Jesús alejados del mundanal ruido. Pero Jesús no se lo permitió, sino que les instó a bajar de nuevo al valle, donde estaban y están los hombres y mujeres, nuestros hermanos, que no han escuchado todavíala Buena Noticiade la salvación que Dios nos ofrece en su Hijo Jesucristo.
Puede que sea fácil ser santo enclaustrados en un recinto cerrado para dedicarnos solamente al estudio, la oración y la meditación. Pero no es así como somos comisionados por nuestro Señor para ser sus discípulos.
Las instrucciones de nuestro Salvador son muy diferentes. Él nos envía al mundo, no a que salgamos de él, para ser testigos suyos, para compartirla Buena Nuevadel perdón y salvación eterna que Dios tiene para todos los redimidos por la sangre de su Hijo.
A nosotros nos corresponde la tarea de vivir la santidad en la oración y en la meditación de la Santa Palabrade Dios, pero ciertamente no para quedarnos encerrados en nuestro aposento, alejados del mundo al que Dios ama, y por quien entregó a su Hijo, sino para poder vivir la santidad en la plaza del mercado.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.