Nº 1.670 – 3 de Julio de 2016
Hemos enseñado en repetidas ocasiones que Dios no habita en templos hechos de manos humanas, pues así lo presentala Sagrada Escritura:
Isaías 66:1-2: “YHVH dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo?”
Hechos 7:48-50: “El Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? Dice el Señor; ¿o cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?”
Hechos 17:24-25: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es el que da a todos vida y aliento y todas las cosas.”
No tenemos, por tanto, la costumbre de referirnos a nuestro lugar de reunión como “templo” sino como “casita de estudio y oración”. Pero hay otra dimensión en la que se halla la presencia divina, y es en el corazón arrepentido, en el corazón contrito y humillado. Ahí es donde se encuentra el lugar para albergar la presencia de Dios en nuestras vidas.
Cuando nos comportamos de manera arrogante, soberbia y altiva, la presencia de Dios se oculta, y nosotros ascendemos al trono de nuestra vida, llevando con nosotros la mugre del pecado.
Por el contrario, cuando nuestra actitud es genuinamente humilde, es como si ya hubiéramos penetrado en el universo de la vida eterna, del mundo venidero.
Ese es el único medio para convertirnos en morada de Dios en el Espíritu.
Proverbios 3:34: “Ciertamente el Señor escarnecerá a los escarnecedores, y a los humildes dará gracia.”
Santiago 4:6: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.