Nº 1.668 – 19 de Junio de 2016
Si nuestra plegaria es pura y genuina, el aliento que brota de nuestra boca se unirá al aliento superior que fluye constantemente de lo Alto.
Ese aliento divino ese “Rúaj”, no es otro que la bendita Persona del Espíritu Santo, el que vibraba sobre la superficie de las aguas que cubrían nuestra tierra antes de que Dios reordenara su Creación.
Por eso dijeron los sabios antiguos de Israel que “cada aliento debe ser una alabanza al Eterno”, por cuanto todo lo que respira está destinado a alabar al Señor
En eso nuestro aliento es como el ciclo del agua, que asciende a las alturas para regresar en forma de lluvia. Así también el aliento que exhalamos asciende hasta Dios para retornar desde lo Alto nuevamente.
De ese modo, lo que de Dios hay en nosotros, el aliento de vida que al unirse al polvo de la tierra constituye nuestra alma, se une a la fuente.
¡Qué hermosa es la plegaria cuando llegamos a perder la noción de nosotros mismos!
Pero es difícil lograr que todos nuestros pensamientos estén centrados sólo, única y exclusivamente en Dios.
No es fácil desprenderse de todos los ruidos e interferencias que se agitan en nosotros y fuera de nosotros.
Mientras no somos capaces de cortar todos los lazos que nos atenazan a nuestro entorno, no podemos gozar plenamente de la presencia de Dios.
Pero no hemos de desanimarnos por sentir que todavía nos quedan muchos lazos y ataduras al elevar nuestra plegaria.
Hemos de proseguir en nuestra lucha, como Jacob en Peniel con el Ángel de YHVH, abrazados a Él, sin soltarle hasta que nos bendiga.
La generosa ayuda divina no nos faltará si permanecemos en su presencia.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.