Nº 1.662 – 8 de Mayo de 2016
Cuando nuestro espíritu se siente hondamente triste, miramos a Jesucristo y se abre el cielo, y su luz radiante ilumina de nuevo todo nuestros ser.
Cuando nos hallamos profundamente hundidos en el barro, si miramos a Cristo hallaremos una roca sobre la que apoyar nuestros pies y salir de nuevo a la superficie.
Cuando nuestro espíritu está perdido en medio del océano de la confusión, miremos a Cristo el Señor, y hallaremos la tabla de salvación que nos mantendrá a flote hasta llegar a la orilla y reposar en la playa.
Cuando nos encontramos sin aliento, exhaustos y agotados, mirando a Cristo Jesús seremos arropados y mecidos por el Santo Espíritu Consolador.
Cuando llegamos a estar a punto de morir por el dolor, destrozados por las calumnias humanas, abandonados por los que creíamos que eran amigos, desgarrados por los hierros de la injuria, con la mente confusa y las emociones desconcertadas, mirando a Cristo Jesús seremos levantados hasta las esferas del Espíritu Santo.
Por hondo que sea el abismo que se abra a nuestros pies, será en el punto más bajo de la humildad y de la humillación donde hallaremos el lugar para escuchar mejor la voz de Dios.
Sólo necesitamos preparar nuestras sandalias para la travesía del desierto.
Nuestro cuerpo puede llegar a la meta con el vestido vuelto en harapos y el cuerpo agotado y las heridas sangrantes, pero lo importante será haber llegado.
La meta compensará ampliamente todas nuestras fatigas y sufrimientos.
Al Calvario siempre se asciende…
La gloria siempre está en la cumbre…
La aureola dorada espera en las alturas.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.