Nº 1.659 – 17 de Abril de 2016

Publicado por CC Eben-Ezer en

Cuando mi esposa y un servidor conocimos el Evangelio de Jesucristo, los pastores eran respetados en reconocimiento a la dignidad otorgada por nuestro Señor a quienes había llamado a desempeñar tal tarea en medio de la comunidad cristiana.

Actualmente, las cosas han cambiado mucho, siguiendo un auténtico paralelismo respecto a la consideración y el trato a los maestro y profesores.

Hallamos situaciones en las que los pastores no pasan de ser manipuladores de las conciencias, con amenazas y otros recursos coercitivos, convertidos en auténticos gurús.

En los últimos tiempos, nos encontramos con figurantes de escena con títulos rimbombantes de apóstoles y superapóstoles, profetas y patriarcas, cuyas vidas son verdaderamente escandalosas en su opulencia ante un mundo que sufre.

En el otro extremo de la cuerda nos encontramos situaciones en las que los siervos de Dios son tratados como “amiguetes” y “coleguillas”. A esto hemos de añadir la triste situación en la que los pastores son considerados como meros empleados de las iglesias, cuyos oficiales los tratan como si fueran trabajadores a sueldo.

El ministerio pastoral ha sido rebajado a la categoría de un mero predicador de domingo, en el lorito más elocuente del grupo, en una especie de simple conferenciante, olvidando todos –congregación y pastor- que el ministerio pastoral no ha de centrarse en hablar bien a los auditorios –lo que no significa que no tenga importancia ser un buen comunicador-, sino en el cuidado e instrucción de las almas mediante la doctrina –es decir, la enseñanza-, la amonestación –es decir, la corrección-, la exhortación –es decir, el ánimo-, y la consolación. En definitiva, mediante la cura de las almas.

Quiera Dios que todos cuantos hemos sido llamados al ministerio pastoral reconozcamos la trascendencia de nuestra labor, y que nuestros hermanos la consideren e intercedan por nosotros.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

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