Nº 1.657 – 3 de Abril de 2016
Lo universal no es el razonamiento humano, sino los sentimientos. Por eso es que la música es universal, como el sol, el agua y el viento.
Por eso es que una vida humana vale más que milenios de historia, más que todos los museos del mundo, y más que todas las posesiones tenidas por riquezas.
Eso se desprende de las enseñanzas de nuestro bendito Salvador.
Los universal es Dios y el hombre, el ser humano. De ahí que rechacemos la idea de que la iglesia como institución sea más importante que los hombres, con quienes Dios se deleita:
Proverbios 8:31: “Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres.”
¡Qué gran torpeza poner la denominación y sus normas por delante de las personas!
Semejante error conduce inexorablemente a convertir la comunidad cristiana en una secta, y a los pastores en políticos al servicio de una institución que no podrá pasar del cementerio.
Parece que no terminamos de darnos cuenta de que la más evidente grandeza de Dios radica en su humanización en la persona de Jesús de Nazaret.
Da la impresión en muchos círculos que jamás hayamos leído que el Verbo es Dios, y que aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, como uno de nosotros, para así poder dar su vida por nosotros.
¡Qué error tan grave pretender humanizar el mensaje del Evangelio, cuando ya lo es por definición! Es como la trampa de Satanás -¡Dios le reprenda!- al ofrecer a los hombres ser inmortales, cuando ya lo eran.
¡Qué triste que en la desobediencia a Dios se perdiera la inmortalidad! Pero ¡qué maravilla que el Señor nos ofrezca la vida eterna en su Hijo Jesucristo!
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.