Nº 1.656 – 27 de Marzo de 2016

Publicado por CC Eben-Ezer en

Muchos se han preguntado en el curso de los siglos por la esencia del conocimiento.

Desde que lo escuché por primera vez, he guardado esa respuesta en mi corazón: Si poseemos conocimiento, debemos aplicarlo; si carecemos de él, confesemos nuestra ignorancia, y demos los pasos necesarios para buscarlo.

El ignorante que sabe que lo es, tiene en su mano la llave de la sabiduría, por cuanto si la anhela de corazón procederá a buscar lo que desconoce.

Jesús ha dicho en el Evangelio según Mateo 7:7“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.”

El ignorante que reconoce su ignorancia está en el camino del conocimiento, mientras que quienes se creen sabios irán convirtiéndose lenta  pero progresivamente en cántaros vacíos que producen mucho ruido, sólo eso.

También es importante que sepamos que el verdadero sabio se asemeja a un arquero que si no da en el blanco, busca la causa en sí mismo, mientras que el necio busca la razón de su fallo en su arco, en el viento, o en alguien que pasó por allí.

Las palabras hermosas de quien habla pero no pone en práctica su prédica son como flores de bellos colores, pero que carecen de perfume. Por el contrario, las palabras sinceras de quien vive su propia verdad son como flores de colores y fragancias.

Siempre será mucho más fácil saber hacer una cosa que hacerla.

La mente confusa es la que se queda encerrada en el conocimiento que posee, sea mucho o poco, pero no procede a aplicarlo.

La mente clara es como el agua que no se detiene en ningún lugar, porque sabe que si lo hace se corromperá.

Jesús nos enseña a ser como el agua y como el viento, que discurren y soplan por los caminos trazados en la naturaleza.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

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