Nº 1.646 – 17 de enero de 2016

Publicado por CC Eben-Ezer en

Dice el proverbio oriental que “no todos los hombres pueden ser grandes, pero todos pueden ser buenos”.

En su Tercera Epístola Universal, el Apóstol Juan le dice al anciano Gayo: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios.” (v. 11).

Con estas breves palabras, el Apóstol Juan nos está diciendo mucho más de lo que pueden contener miles de volúmenes. Con razón dice el antiguo proverbio que “mejor que mil palabras vacías es una sola que lleve la paz.”

Esto me hace recordar una enseñanza que recibí hace muchos años, y que me ha sido de gran servicio en el curso de mi vida, y es que la sabiduría no radica en seguir las huellas de los sabios, sino en buscar lo que los sabios buscaban. Si queremos ver la Luna, es de necios quedarnos mirando el dedo que la señala.

Por muy penetrante que sea una fragancia, jamás se propagará contra el viento, pero el perfume de la bondad se difunde en todas las direcciones y alcanza todos los rincones del mundo.

Si no soportamos la ingratitud, nos costará mucho hacer el bien.

No subestimemos el bien que Dios pone delante de nosotros para hacer, pero jamás nos gloriemos en dicho bien, pues toda la gloria, la honra y la alabanza le pertenecen sólo, única y exclusivamente a Dios nuestro Señor.

Si queremos ser felices, no hiramos a quienes también buscan la felicidad. Y no olvidemos que el camino a la felicidad es la felicidad. Por eso es que, como dijera Agustín de Hipona, la medida del amor es el amor sin medida.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él.” (Juan 3:16,17).

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

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