Nº 1.645 – 10 de Enero de 2016
Una historia del Talmud dice que el Rabí Yoshúa ben Leví se encontró un día con el profeta Elías, y le preguntó cuándo vendría el Mesías.
Entonces el profeta Elías le respondió diciéndole que fuera al Mesías y se lo preguntara.
Pero Yoshúa ben Leví le preguntó a Elías dónde podría encontrarlo.
Y Elías respondió que el Mesías estaba a la puerta de la ciudad.
Yoshúa ben Leví insistió preguntando cómo podría reconocer al Mesías, y el profeta Elías le respondió así:
“Está sentado entre los pobres, lleno de heridas por todas partes…
Los otros pobres dejan sus heridas al aire libre y vuelven a cubrirlas más tarde, pero Él sólo se quita una venda y se la vuelve a poner enseguida, pues se dice: ‘Quizá alguien me necesite, y en ese caso tengo que estar siempre preparado y no me puedo retrasar ni un solo instante’.”
La vida siempre nos herirá, lo queramos como si no. El sufrimiento es parte esencial de nuestra existencia. La cuestión es cómo afrontar el sufrimiento.
Todos los que están sentados a la puerta de la ciudad tienen heridas. La diferencia entre ellos y el Mesías es que todos dejan sus heridas de golpe al aire, mientras que el Mesías sólo lo hace quitándose una venda para poder levantarse cuando se le necesita. Todos giran en torno a sus heridas porque son lo único que les preocupa, mientras que al Mesías le preocupan las heridas de todos.
Lo nuestro es de cada uno de nosotros. Lo del Mesías es para todos, porque Él sabe que hay muchos que le están esperando. Él puede olvidarse de sus heridas para levantarse y ayudar a los demás, acompañarles, compartir sus heridas, convertirlas en fuente de salvación.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.