Nº 1538– 15 de Diciembre de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

Al despertar cada mañana nos sentimos asaltados por los pensamientos de lo que tenemos por delante en la jornada: trabajos pendientes, problemas que resolver, decisiones que tomar, retos que se alzan frente a nosotros, preocupaciones de todo género…  ¡Y es tan fácil perder la paz cuando olvidamos la presencia de Dios en nuestras vidas! En medio del tráfico y el tráfago de la vida es muy fácil perder de vista las promesas de Dios: Que Dios nos ama; que ha venido a vivir en nosotros, convirtiéndonos en templo del Espíritu Santo; que ha prometido guiarnos a través de las noches más oscuras; que jamás nos dejará ni nos abandonará.

Esos pensamientos deben despertar con nosotros cada mañana. Nos inclinarán durante todo el día hacia la ruta que Dios ha preparado para nosotros. Por esa senda encontraremos momentos y ocasiones para reflexionar en nuestra pequeñez y la grandeza de nuestro Señor. Veremos anticipadamente nuestra debilidad ante la mundanalidad, y daremos los pasos necesarios para evitar muchas tentaciones. Comprenderemos que la vida se vuelve mundana cuando no vemos más allá de las apariencias. Todo esto nos ayudará también a tener presente que no somos eternos, sino mortales, finitos, que sólo Dios es inmortal: “Que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible.” (1ª Timoteo 6:14-16).

Esto nos ayudará a no caer en las redes del amor al dinero, en el afán por el lucro y la dominación, y muchas tentaciones y lazos, en codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. (1ª Timoteo 6:9-11).

Dios está en el umbral de cada día nuevo. Mucho amor.

Joaquín Yebra,  pastor.

 

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