Nº 1529– 13 de Octubre de 2013
Dijeron los sabios antiguos que las palabras sinceras no son agradables, y las agradables no son sinceras.
El hombre bondadoso no ama discutir, y el discutidor no es bueno, sino disputador, contencioso, arrogante y querelloso.
El sabio no quiere relacionarse con los disputadores de este siglo.
Tampoco es sabio quien despilfarra en el juego, y quien tal hace empobrecerá.
El sabio no atesora para los días postreros, sino que vive y deja vivir, gana y comparte; y cuanto más hace por su prójimo, más tiene, más posee, sin dejarse poseer por lo que posee.
El camino del sabio no es porfiar, sino seguir estudiando, escudriñando las Sagradas Escrituras para no seguir sendas perjudiciales, sino beneficiosas para sí mismo y para los demás.
La paja flota sobre la superficie del agua, mientras que la más valiosa gema puesta sobre ella se hunde a lo profundo del mar, y su valor de nada le sirve, por cuanto no hay hombre que lo pueda apreciar.
La verdadera sabiduría es el desapego al “yo” y la devoción a la verdad.
Cuando los pequeños “Pilatos” nos pregunten por la verdad, callemos, como hizo nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo, y como nos lo recordaba Miguel Hernández en su poema titulado “Silencio”.
Los “loros charlatanes” merecen la jaula en la que están encerrados.
Los otros “loros”, los que no saben “hablar”, están sueltos, revolotean y gozan de libertad.
Jesús nos ha advertido del peligro de las muchas palabras.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.