Nº 1521– 18 de Agosto de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

No recuerdo quién fue quien dijo que aprender es descubrir lo que ya sabemos. Quizás por eso es que se nos dice en el libro de Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino (de los mandamientos divinos), y aún cuando fuere viejo no se apartará de él.”

De aquí se puede desprender también que enseñamos mejor lo que más necesitamos aprender. Es inútil dedicar toda nuestra vida a un camino que carezca de corazón.

Ahora bien, ¿cómo podemos llegar a  saber si un camino tiene corazón o no lo tiene? Los caminos sin corazón son caminos que matan, que asesinan, que no permiten el diálogo.

Son caminos dogmáticos, impositivos, pontificales, y una vez dentro, pocos son quienes de atreven a dejarlos, por cuanto pesan sobre ellos amenazas extremas.

El camino seguro para hallar el corazón es el viaje a nuestro interior, donde se mantiene una luz que alumbra a todo hombre, y que responde como un eco a la llamada de Dios. Por eso es que el camino a la santidad pasa necesariamente a través del camino interior, iluminado por la lámpara del cuerpo, que es el ojo, como nos ha dicho nuestro Señor Jesucristo.

Jesús se presenta como el Camino porque no hay en Él ni ambición ni pecado.

Si pudiéramos vislumbrar todo el horror de la vida de las personas que giran en un círculo de intereses y de metas que ellos creen ser inmensas, cuando en realidad son insignificantes centros de egoísmo, nos sentiríamos abochornados, especialmente al comprender que se trata de condición humana, y que nos alcanza por tanto a todos.

Jesús nos invita a aprender de Él, manso y humilde corazón, para que hallemos reposo para nuestra alma.

“¡Gracias, Señor Jesús, por esa lección inigualable que tanto precisamos!”

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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