Nº 1519– 4 de Agosto de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

Hoy vamos a continuar con el tema del ayuno, y vamos a preguntarnos por qué en tantos círculos cristianos el ayuno es totalmente desconocido o bien se enseña que no es una práctica cristiana necesaria. Nuestra respuesta es que esto es así porque la práctica del ayuno demanda humildad. Y cuando nos humillamos delante de Dios, recibimos su gracia y su poder. Una parte inevitable de las obras de Jesús comienza con la oración y el ayuno, por cuanto estas fueron las primeras obras de Jesús en su misión de destruir las obras del enemigo.

No ha habido ningún avivamiento histórico que no haya comenzado con un grupo de hermanos y hermanas reunidos para orar y ayunar. Cuando esto acontece, Dios envía un poder que puede mover montañas. Es un arma que nuestro Señor nos ha dado para que podamos romper cada una de las maldiciones satánicas y cada una de las fortalezas del maligno sobre nuestras vidas, familias, iglesias, ciudades e incluso sobre la nación entera.

Por no practicar la oración y el ayuno, las iglesias y las denominaciones tienen que recurrir a fórmulas copiadas de las instituciones humanas, tales como los partidos políticos y los sindicatos. Da lo mismo que sean cónclaves secretos con fumata negra o fumata blanca, o tarjetas de colores, como los árbitros de fútbol.

Pero cuando la congregación ora y ayuna, se genera la atmósfera en la que el Espíritu Santo habla claramente y da directrices claras y concretas, específicas y definidas. Sólo así podemos ver una iglesia dirigida por los carismas del Espíritu Santo, no por las estrategias de los hombres y las buenas intenciones humanas y alguna dosis más o menos acentuada de nepotismo..

La llamada de nuestro Señor a su iglesia es a orar, ayunar y obedecer. Cuando trabajamos sobre nuestras rodillas, Dios libera el poder liberador que precisamos, el poder apostólico de aquella iglesia naciente y del pueblo de Dios dondequiera que ha habido un avivamiento genuino en el curso de la historia.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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