Nº 1511 – 9 de Junio de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

La enfermedad no hace caer al suelo. Tanto si la enfermedad nos ha golpeado a  nosotros, como si lo ha hecho a alguno de nuestros seres queridos, la enfermedad siempre expone la fragilidad de nuestra vida.

Cuando enfermamos echamos mano a la esperanza, desfallecemos, volvemos a la esperanza, nos sentimos enojados, solitarios, deprimidos, asustados, frustrados, todo parecía ir bien, pero, de repente, las cosas se han torcido.

Mientras tanto el resto del mundo sigue adelante, como si nada hubiera cambiado. ¿Es que no saben que todo ha cambiado para nosotros? ¿Cómo pueden proseguir en su vida sin reparar en lo que nos ha acontecido a nosotros? ¿Será que no somos tan importantes como creíamos? ¿Cómo pueden los demás seguir riendo, sonriendo y haciendo planes para las vacaciones?

Como cristianos por la gracia de Dios tenemos un recurso para esos momentos de confusión. Podemos depositar todos nuestros sentimientos y emociones y depositarlos en las manos de nuestro Señor.

Hay muchos dones, regalos preciosos de Dios, que nuestro Señor puede traernos en medio de esos momentos de oscuridad: Paciencia, fortaleza, comprensión, la obra sanadora de Dios en nuestras mentes y en nuestros cuerpos, y también en la pericia de los médicos, que son instrumentos divinos muchas veces, aun que ellos no lo sepan.

La enfermedad nos suele alcanzar con la guardia baja. Solemos pensar que no nos va a tocar a nosotros. Por eso es que la oración actúa como estabilizador entre nuestros temores y nuestras esperanzas, entre nuestra desolación y nuestra fe.

Nuestro Señor ha prometido ser la Roca firme en medio de todas las turbulencias, la calma en nuestras tormentas, y la fortaleza en nuestros cuerpos y en aquellos que nos cuidan para devolvernos la salud y el bienestar.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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