Nº 1510 – 2 de Junio de 2013
Inevitablemente, los padres vamos a tener una colisión con nuestros hijos en algún momento de nuestra relación con ellos. Especialmente durante su adolescencia. ¿Qué necesitamos para remontar la ola?
Necesitamos pedir a nuestro Señor que nos ayude a comprender a nuestros hijos según van creciendo en años y en conocimiento del mundo.
Necesitamos ser compasivos ante sus tentaciones, caídas, fallos, y animarles y estimularles en su búsqueda de la verdad y de los valores para sus vidas.
Apreciemos sus ideales y nuestra simpatía ante sus frustraciones y decepciones, y hagámosles saberlo.
No permitamos que nuestras relaciones con nuestros hijos se degraden de sonrisas y cariño, de risa y lágrimas, hasta convertirse en esos monosílabos de tantos adolescentes en tantas familias, comprendidas muchas cristianas.
No dediquemos tiempo y energía a buscar nuestros errores. Hay un camino mejor, más excelente, como diría el Apóstol Pablo: El amor.
Abandonemos los gritos, las amenazas, los insultos, los reproches y las etiquetas.
No consintamos que la raíz de amargura penetre y socave nuestras vidas, contaminando a muchos.
Humillémonos si es menester, pero evitemos perder el cariño de los hijos, o procuremos recuperarlo con oración y ayuno, con intercesión y gratitud a Dios por sus promesas y por la esperanza que el Santo Espíritu siembra en nuestros corazones.
Bendigamos a nuestros hijos pidiendo a Dios que despeje su camino; que el soplo del Espíritu Santo siempre llene las velas de su embarcación; que el sol de la justicia de Cristo siempre les alumbre; y que la lluvia de gracia del Santo Consolador siempre les refresque.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.