Nº 1505 – 28 de Abril de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

Dijeron los sabios antiguos de Israel que no hay nada mejor para el entorno del hombre que el silencio, por cuanto no hay posible sabiduría fuera de él.

Por consiguiente, si el silencio es necesario para el sabio, ¡cuánto más lo será para los necios!

“En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente.” (Proverbios 10:19). “Aun el necio, cuando calla, es contado por sabio; el que cierra sus labios es entendido.” (Proverbios 17:28).

Rabbán Gamaliel decía que “las palabras de la Torá (Pentateuco) son tan difíciles de adquirir como ropa de lana fina, y tan fáciles de perderse como ropa de lino. En cambio, el lenguaje necio y grosero es tan fácil de adquirir y tan difícil de perderse como un saco. Un hombre compra por nada un saco y puede usarlo por años.”

Uno de los muchos errores cometidos en numerosos círculos cristianos ha sido, no poner la Sagrada Escritura al alcance de todos, que eso es magnífico, sino ponerla en manos de indoctos para su enseñanza.

Dijeron los sabios antiguos de Israel que todo aquel que proclame en público los conceptos de la Torá y no logre que éstos resulten tan agradables al auditorio como harina candeal, que se adhiere al tamiz, más le valiera no haber hablado.

Los indoctos e inconstantes tuercen las Sagradas Escrituras para su propia perdición y la de sus oyentes (2ª Pedro 3:16). Es, por tanto, sagrado deber de toda congregación cristiana asegurarse de que quienes abren la Biblia para exponer su contenido sean hombres y mujeres de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría de lo alto.

Quiera Dios, que tan rico es en misericordia, darnos del buen silencio, no la mera ausencia de ruido, sino silencio de calidad para que escudriñemos las Sagradas Escrituras y nos aseguremos de hablar conforme a todo el Consejo de Dios, y que así sea igualmente todo cuanto oigamos.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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