Nº 1504 – 21 de Abril de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

El silencio es frecuentemente más elocuente que las palabras. Además, es efímero pero inmortal, mientras que nuestras palabras están hechas de carne mortal.

El silencio no es meramente ausencia de ruido, sino defensiva calma en nuestra mente, como una estrecha puerta hacía el infinito.

Hemos perdido, si es que alguna vez lo gozamos, el arte y el placer del silencio.

Me han llegado a resultar insufribles esos “cultos” en los que se entra en el ruido, se atraviesa el ruido, y se sale del ruido, eso sí, dando gracias a Dios.

¿Se sentiría cómodo nuestro bendito Señor y Maestro Jesucristo en medio de nuestras algarabías?

A Él, a quien le molestaba que le apretaran las multitudes, ¿le gustaría estar en medio del aprieto del ruido constante?

Estoy hablando de “ruido”, no de “alabanza”, ni de “exultación” alegre, gozosa y agradecida.

Dice un bello “haiku” japonés, efímero poema de tres versos:

“Las zarzas del seto

tienden sus brazos

de oración”

Necesitamos construir con el kronos tiempo kairós de calidad.

Precisamos tomar el camino de nuestro poema interior que nos conduzca a la paz interior.

Esta es una conquista, una aventura, una puerta que nos abre a la serena eternidad que anhela el alma.

Todo pasa, la flor primaveral y el roble centenario, pero la Palabra del Dios nuestro permanecerá para siempre.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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