Nº 1502 – 7 de Abril de 2013
El filósofo Heráclito (535-484 a.C.) afirmó que “toda la desdicha de los hombres proviene de que no viven en el mundo, sino en su mundo.”
Necesitamos comprender la urgencia en nuestra vida para arrojar fuera de nosotros esa cosa minúscula que llamamos “yo”, y que nos engaña pretendiendo ser rey de nuestra existencia.
En ese desprendimiento descubriremos que podemos convertirnos en un mundo inmenso.
En el sánscrito, lengua madre de muchos otros idiomas, la voz “atma” o “atmán”, designa lo Absoluto, lo Ilimtado, lo Eterno, la Única Realidad, es decir, lo que nosotros llamaríamos “Dios”, pero no en su sentido trascendente, sino en nuestra inmanencia, es decir, en ese interior del cual Jesús de Nazaret nos ha dicho que si nos fiamos de Él manarán ríos de agua viva.
Se trata de un tejido en el que cada uno de nosotros, querámoslo o no, todos entretejemos día a día el tapiz de nuestra existencia.
De esa labor va a depender nuestra salud, nuestra respiración serena, nuestro sosiego, nuestra visión positiva, nuestra risa llana, nuestra dieta saludable, no sólo de lo que entra por la boca, sino por nuestros ojos y oídos.
El limpio tapiz en constante crecimiento aumentará su belleza y esplendor, siempre en desarrollo, como la luz del crepúsculo matutino, hasta que el día alcance su perfección cuando el sol alcance su zenit.
Ese tejido es el que podrá desarbolar a los falsos gurús, expulsar a los “viejos fantasmas” heredados de quienes nos precedieron, que saldrán de nuestra mente descubiertos y avergonzados para nunca más volver.
Dios quiere amorosamente que descubramos que la eternidad está presente en nuestro presente.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.