Nº 1501 – 31 de Marzo de 2013
Renki era un elefante macho salvaje que fue capturado cuando tenía tres años de edad. Su cuerpo era gris claro, sin una mancha, sus colmillos eran finos y puntiagudos, sus orejas perfectamente triangulares, y su amo, un experto comerciante de elefantes amaestrados, lo cuidaba con esmero esperando el momento de venderlo a buen precio al rey.
Sujetaron a Renki a una estaca atándolo con una fuerte soga. El elefante comenzó a luchar por desprenderse de aquella atadura, pero no tuvo éxito porque la estaca era fuerte, estaba profundamente clavada y la soga era muy gruesa.
Renki terminó agotándose entre vanos esfuerzos y sonoros bramidos.
Una mañana, Renki dejó de esforzarse por su liberación. No bramó ni se revolvió. Entonces fue cuando su amo le soltó, para dejarle ir de un lugar a otro, llevando un gran barril de agua, saludando a todo el mundo, prestando servicio a la comunidad. Renki fue feliz y libre.
Nuestro pensamiento es como un elefante salvaje. Se atemoriza, salta en todos los sentidos, brama a los cuatro vientos, y patea sonoramente el suelo.
Nuestra atención es la cuerda, y nuestra meditación se centra en la estaca clavada hondamente en la tierra.
Urge aprendamos a serenar nuestro pensamiento, domesticarlo, porque de lo contrario jamás vamos a llegar a conocer el secreto de la verdadera libertad.
Nuestro Maestro Jesús de Nazaret nos ha dicho que “conoceremos la verdad, y la verdad nos hará libres.”
Así es como todas las impaciencias se disipan como el humo, mientras sentimos que nuestra respiración, que viene y va, puede convertirse en una oración.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.