Nº 1500 24 de Marzo de 2013
Aristóteles dijo que “la esperanza es el sueño de un hombre despierto.”
Y el Santo Espíritu de Dios nuestro Señor es el gran artífice en la construcción de la esperanza en nuestros corazones.
No somos forzados a ser esperanzados, sino invitados a serlo, renunciando a que nuestra vil esperanza egoísta esté centrada en el consumismo hedonista.
Nuestra fe carente de esperanza no es nada más que una religión costumbrista heredada.
La carencia de esperanza es una voz de alerta que resuena en nuestras corazones. Una llamada a romper con nuestros egoísmos y consumismos compulsivos.
Vamos a recuperar la esperanza cuando optemos por vivir la humildad de ser nuestro “yo” verdadero.
Vamos a reencontrar la esperanza perdida cuando nos atrevamos a emprender el camino de libertad de ser hombres, varones y mujeres.
La esperanza es la fe para andar no sólo de noche, sino también de día.
La fe esperanzada no tiene precio, no puede ser hallada en los catálogos de los grandes almacenes.
Necesitamos dejarnos fecundar por la simiente divina, por la fuerza del Espíritu Santo, aventar por el viento del Espíritu de Dios, iluminar por su luz que actúa desde dentro de nuestros corazones.
Coronados por nuestras ansias de poder, no vamos a anhelar la corona de justicia que Dios tiene preparada para cuantos estemos dispuestos a dejar que Jesucristo sea entronizado en nuestras vidas.
Esperemos amando y obrando en ese amor que no tiene parangón.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.