Nº 1498 10 de Marzo de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

La amistad, si es verdadera, es un viento favorable que nos ayuda a retomar el rumbo de la vida.

Pero la amistad también supone el riesgo de abrirnos a otras vidas, a otros sueños, a otras esperanzas, y supone entrar en un terreno en el que no pisamos nosotros solos, sino también otros.

Sólo podemos llegar a un alto grado de amistad quienes hayamos alcanzado primeramente un grado alto de autoconocimiento y maduración.

No es posible la amistad entre adultos-adultos y adultos-niños, por cuanto la amistad se da para dar y no para recibir.

Por eso es que llevo ya años echándome a temblar cuando percibo que quienes aparentan darme amistad, sólo quieren “adoptarme” en exclusiva. En definitiva, para manipularme. Y lo que digo respecto a mí, aplícatelo a ti también, hermano.

El hecho de que cada vez haya más soledad se debe fundamentalmente a que muchos sólo buscan satisfacer las necesidades ocultas, inconfesadas e inconfensables, incluso totalmente desconocidas por ellos mismos, de su propio “yo”.

Muy equivocados están quienes creen que el neoliberalismo sólo incide en la economía de los mercados. Lo que nace en el corazón tiene que incidir primeramente en el corazón en que brota. De ahí nuestras contradicciones e incoherencias.

De ahí que en todas las atenciones que recibimos o podamos recibir, siempre habrá algún interés por medio.

Pero eso no debe arrinconarnos en decepción y desánimo. Si plantamos amor, bondad, amabilidad y amistad, aunque tengamos que saborear alguna amargura en algún fruto, podemos estar seguros que la buena semilla siempre acabará por fructificar con mucha dulzura.

Siempre vamos a segar lo que hayamos sembrado. Siempre vamos a recoger cosecha abundante de la simiente con que Dios haya llenado nuestro alfolí.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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