Nº 1495 17 de Febrero de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

Decía mi tío Joaquín, la “oveja negra” de la familia, el que, por cierto, no era negro, sino de otro color, que “ningún humano es suficientemente bueno como para ser carcelero.”

Después de muchos años de no entender esa frase, ni muchas otras, de sólo recordarla, como cuando me enseñó el sistema métrico decimal con una tiza encima de un barril de madera, he llegado a comprender que los carceleros sin presos no tendrían sentido, al igual que los médicos sin enfermos, ni los abogados sin acusados ni acusadores.

Al fin de cuentas, estos duetos se necesitan, y en el caso de los carceleros y los presos, unos viven delante de las rejas y otros detrás.

El sistema carcelario es un fracaso universal. Es un  hecho constatado y sabido por todo el mundo mundial. Todas las prisiones deberían ser centros de educación, de reeducación y de reeeeeeeducación, cuanto fuera necesario.

Pero, claro está, para alcanzar semejante sueño utópico (amo la utopía porque no me gusta la realidad impuesta), es necesario ampliar el ámbito y la eficacia de las instituciones educativas, que, para empezar, tendrían que estar en manos del pueblo. De lo contrario, no estando bajo las comunidades naturales, el libre proceso de aprendizaje jamás se dará.

Mientras el proceso educativo esté secuestrado por el poder autoritario que pretende regir la sociedad impidiendo a toda costa que ésta se organice de manera autogestionaria y federativa, nada va cambiar. Y esto lo creo exactamente igual respecto a las comunidades cristianas.

Si verdaderamente estás enamorado de Jesús de Nazaret y tratas de seguirle, ¿no te repugna y repele el mundo tal y como está concebido, envuelto en la mecánica y la cibernética, entre publicidad, luces, masas aborregadas y semáforos intermitentes, comida basura y superestrellas millonarias del fútbol para que los idolatren tantos descerebrados?

¡¿¡¿Si no hubiera sido por el Señor?!?!

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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