Nº 1494 10 de Febrero de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

Creo en la escuela. La primera y principal que conozco es la escuela de la vida. Lo que no me gustan tanto es la vida de la escuela. La escuela, como la iglesia, y como el gobierno y como el estado, y como la familia, son necesarios, pero no necesariamente han de ser irremediablemente tal y como son. También podrían ser de otra manera. Muchos lo han intentado y incluso han logrado algunos cambios. Siempre tendremos a la italiana María Montessori y a nuestro Giner de los Ríos. No te suenan, ¿verdad? Ya me lo imaginaba. Quizá tampoco te suene George Bernard Shaw, quien dijo que “la escuela es un instrumento creado por los adultos para defenderse de los niños.” Pues si no te suenan, pregunta por ellos a Google… Dicen que Google lo sabe todo…

Creemos que la vida, la experiencia, los hechos cotidianos, son los que verdaderamente forman y conforman al hombre. Los hechos, en particular, son el gran libro en que ignorantes e instruidos podemos estudiar a la vez. A todos nos pertenecen, y es un libro tan inmenso que los hombres todos podemos no sólo leerlo, sino también escribirlo. Eso significa que debemos destruir o cuando menos desterrar aquellos valores que no sirvan, es decir, que no nos sirvan, y sobre los hechos aprender cómo es más humano vivir, y que es más humano valorar.

No ha sido la carne la que se ha hecho espíritu, sino el Espíritu, es decir, Dios, quien ha sido hecho carne para habitar entre nosotros como uno de nosotros, sin trampa ni cartón, sin privilegios, sino en carne y hueso. Por eso es que como discípulos de Jesucristo, y siguiendo su praxis y enseñanza, debemos empezar por considerar seriamente que ninguno de los valores enseñados ha de tenerse por fijo eternalmente, inamovible e incambiable, sino que, humildemente, hemos de empezar por revisar todos los valores prefijados, comenzando por los que son aparentemente más sencillos, por aquellos que nos dirán quienes no son muy dados a reflexionar, que “las cosas son así porque siempre han sido así”, o “se hacen de ese modo porque siempre se han hecho de ese modo.”

Deberíamos seguir revisando aquellos principios que más oprimen a la mujer impidiendo su desarrollo como ser humano pensante y libre, obstaculizando su espontaneidad, bajo el pretexto de la decencia y la vergüenza impuesta por la burguesía a las mujeres de los otros, pero no a las suyas. Sería un buen comienzo.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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