Nº 1489- 6 de Enero de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

La libertad suele ser parte de la publicidad orquestada por quienes hacen al mismo tiempo todos los esfuerzos imaginables por obstaculizar la libertad del hombre, y por ende la libertad de los pueblos. La libertad es parte de la tramoya publicitaria del gran teatro del mundo, el tinglado de la antigua farsa. Esta es una de las grandes mentiras, haciéndonos creer que llegaremos a ser libres vistiendo de una determinada manera, consumiendo determinados productos, conduciendo ciertos vehículos y viajando a destinos escogidos por nuestros mentores explotadores.

Como todos hemos podido comprobar, los políticos se presentan  ante nosotros como los garantes de la libertad. Sin embargo, todos  intuimos, barruntamos e incluso sabemos que sólo se trata de diseñadores de leyes y normas para defender los privilegios de unos y las prebendas de otros, mientras se afianza la tamaña injusticia, que ellos hacen creer es el orden social, consistente en que para que unos pocos vivan bien, otros, los más, hayan de sufrir miseria absoluta.

Mi cristianismo se centra en estar enamorado de Jesús de Nazaret. Por eso no necesito credos ni confesiones de fe. Y una de las razones de mi amor, lleno de admiración, como cualquier amor, radica en la libertad con que mi Maestro vivió totalmente limpio de convencionalismos opresores, frente a fariseos, saduceos, herodianos, el clero del templo, el poder invasor imperial, la nobleza laica y toda la caterva de mediocres agradecidos al sistema, todos los demás marcados con el hierro candente de sus intereses personalistas o de partido. Por eso les llegó a resultar insultante y procuraron poner fin a su vida.

Jesús nos invita a enfrentarnos a nosotros mismos para aprender a ser libres, sobre todo encarando nuestra propia verdad dejándonos mirar por el Maestro, para experimentar el proceso de liberación de nuestros miedos, imaginaciones, actitudes negativas, pasiones carentes de sentido, apegos y ataduras que nos amarran a todas esas cosas que no podrán pasar del cementerio.

Mucho amor.   Joaquín Yebra,  pastor.

 

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