Nº 1542– 12 de Enero de 2013
Muchas personas creen que su vida carece de significado porque sus labores, según creen ellos, son oscuras y no aportan ninguna contribución a la sociedad.
Sin embargo, ninguna vida carece de valor, por muy insignificante que pueda parecernos, por cuanto habiendo sido creados por Dios a su imagen y semejanza, eso significa que cada ser humano es un sacramento vivo de la presencia de Dios en el mundo.
Todos somos capaces de amar, por cuanto Dios nos ha capacitado para ello. Como dijo Tomás de Aquino en su “Suma Teológica”: “Comoquiera que la esencia divina es el amor, ese amor con que amemos a nuestro prójimo será compartir el amor divino.”
Cuando amamos estamos compartiendo la vida de Dios y comunicando esa vida a todos cuantos forman parte de nuestro existir.
Cometemos un terrible error cuando juzgamos el valor de nuestras vidas sobre la base de las labores que realizamos para ganarnos las habichuelas. ¿Qué mayor significado puede tener una vida comprendida como una manera de compartir la vida de Dios con los demás?
Un obrero de la empresa sueca de automoción Volvo, cuyo puesto de trabajo consistía en esparcir serrín en los pasillos entre las máquinas y las cadenas de montaje, para después barrer aquel serrín empapado de la grasa del suelo, se quejaba de la aparente falta de importancia de su trabajo, hasta el día en que comprendió los muchos accidentes que evitaba con aquella función mediante la que el suelo de la planta dejaba de estar resbaladizo.
Seguramente hemos perdido de vista el alcance de nuestro trabajo por no ver más allá de las apariencias.
Te aseguro que si trabajas como para nuestro Señor, podrás ver el alcance de esa labor, y te percatarás de aspectos en que nunca antes habías reparado.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.