Nº 1530– 20 de Octubre de 2013

Publicado por CC Eben-Ezer en

Dijeron algunos sabios de la antigüedad que en el cielo hay una red de perlas ordenadas de tal manera que su disposición hace que si miras a una de ellas puedes ver a todas las demás a la vez. Así es como todas las obras de la Creación no lo son sólo en sí mismas, sino que cada una de ellas comprende a todas las demás.

En cada gota de agua se encuentran todos los secretos de los océanos, y en cada partícula de polvo están encerrados todos los desiertos.

En un átomo se encuentran todos los elementos de la tierra, y en un impulso de nuestra mente se hallan todos los impulsos de todas las leyes del Universo.

Por eso dice el viejo refrán que “aunque hagas cien nudos, la cuerda sigue siendo una.”

De ahí se desprende también que al herir, nos herimos, y a quienquiera que dañemos, nos dañamos a nosotros mismos.

Así podemos aproximarnos a lo que el Talmud enseña: “Quien mata a un hombre, es como si matara a toda la humanidad, y quien salva la vida de un hombre, es como si salvara a toda la humanidad.” Por eso Jesús pudo dar su vida por todos.

Todo lo creado existe en nuestro interior, y todo cuanto nos constituye tiene su origen en la Creación.

Bebemos el agua que bebieron los dinosaurios. Ni una sola gota de agua ha sido añadida a su ciclo desde el principio. Y el oro de mi alianza formó parte de una nube de polvo cósmico que llegó un día a esta tierra.

Jesús nos ha dicho que la gloria de Dios que Él nos ha revelado es el propósito divino de que seamos uno como Él es uno con el Padre Eterno.

Esa unidad mística va mucho más allá de lo que nosotros podamos explicar con nuestras palabras limitadas.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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