Nº 1.896 – 1 de Noviembre de 2020
Contar con la bendición divina es sólo una cuestión de obediencia a Sus mandamientos. Dios nos ama tanto que nos ha entregado Sus mandamientos precisamente para que nos vaya bien. Como todo padre y toda madre, el Señor quiere que Sus hijos e hijas muy amados sean felices y prosperen. Por eso nos da las normas para que tengamos éxito en nuestras empresas.
Los mandamientos de Dios no son caprichosos ni aleatorios. Son una clarisima demostración del amor del Señor por nosotros. Son la guía para que seamos prosperados en lo que se nos encomienda.
La fe nos es dada, precisamente para caminar en obediencia a los mandamientos. Toda desobediencia es una falta de fe en el Señor (todos lo sabemos aunque queramos excusarnos). No podemos fiarnos más de Egipto, es decir, del mundo de pecado. Tenemos que ser santos como el Señor. Y ser santo se demuestra viviendo en los mandamientos de Dios y no en los del mundo (bajo el maligno). Somos apartados por Dios como Su pueblo, para vivir bajo Sus ordenanzas y preceptos.
Sin ninguna duda, Jesús vivió y enseñó los mandamientos mejor que nadie. Los hizo suyos. Son Sus mandamientos porque son los de Su Padre. Y el Padre que mora en Jesús, Él hace las obras. Es decir, los mandamientos. Si Cristo y el Padre moran en nosotros por el Espíritu Santo, Él hará las obras, los mandamientos, también a través nuestro.
No resistamos pues al trabajo, a la actuación del Espíritu Santo. No Le apaguemos, sino esforcémonos y seamos valientes para obedecer a Dios antes que a los hombres. Ahí está siempre la victoria esperándonos con prosperidad, paz y bienestar.
Pastor Antonio Martín Salado