Nº 1.883 – 2 de Agosto de 2020
El verano, aunque sea atípico como éste, es una época en la que a todos nos gusta salir de la rutina, realizando nuevas actividades y experimentando nuevas sensaciones en un entorno más natural fuera de la ciudad. Buscar el campo, la playa o la montaña, con familiares y amigos es siempre una llamada al disfrute junto a la Creación de Dios, reconectándonos al resto de las criaturas y a la Tierra en general. Es necesario estrechar esta relación con la biodiversidad de la que formamos parte. Nos vincula con nuestra propia naturaleza biológica y nos acerca al Creador de todo cuanto existe. Mirar al cielo en una noche estrellada, nos recuerda que de allí vendrá el Salvador a recogernos. Levantar los ojos arriba nos trae esperanza en ser trasladados a la Casa del Padre…. Mientras tanto, disfrutemos del tiempo de verano como un espacio donde descansar y relajarnos. Cuidar más nuestro cuerpo teniendo quizás más tiempo para ocuparnos de él. Acariciarnos y mimarnos siendo conscientes que somos templo del Espíritu Santo. Cuidando el cuerpo y sus sentidos con cosas buenas. Tengamos cuidado para decir no a lo que es malo, ya que el verano es proclive a ciertas tentaciones y trampas del enemigo.
Disfrutemos de todo lo bueno que el Señor pone a nuestro alcance sin perder nunca el equilibrio para que, acabado el verano, sigamos a salvo: sanos y saludables. No bajemos la guardia frente a la “amenaza fantasma” del virus, pero no vivamos con miedo u obsesionados, sino actuando con prudencia. Y seguro que pasaremos el calor del verano con alegría y gratitud al Señor. No nos olvidemos del buen humor, de participar en actividades lúdicas sanas y de reírnos todo lo que podamos. Y nunca, nunca, nos olvidemos del Señor que siempre está a nuestro lado. Si viajas, busca una iglesia para visitar y adorarle y darle gracias.
¡Feliz verano!
Pastor Antonio Martín Salado