Nº 1.873 – 24 de Mayo de 2020
“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” (Palabras de Jesús en Mateo 6:5-6)
Cuando oramos en público se nota mucho si tenemos vida de oración, vida interior con el Padre en la habitación del corazón. Orar es entrar en nuestra alma entendida como la conciencia, el ser desnudo, el núcleo vital donde está el Espíritu del Señor que tantas veces entristecemos por no hacerle ni caso. Pensamos que orar es decir oraciones, pero eso no es orar. Por eso, no oramos tanto como pensamos; ya que orar es diálogo con el Señor, comunión para que haya comunicación; guardar silencio y esperar hasta escuchar Su Voz. Apenas hay cristianos que oran porque orar requiere de bastante tiempo y, o lo apartamos, o no lo vamos a encontrar nunca. Quizás, durante el confinamiento, nos hemos dado cuenta de nuestro déficit de oración… De lo poco que hemos dedicado a abrir el corazón sin prisa y sin condiciones, sin interrupciones ni distracciones, al Señor. Muchos hermanos creen que con actuar está bien y que decir tres palabras al comenzar la mañana, es más que suficiente como oración. Pero eso no es orar, aunque menos es nada. Cuando hemos vivido así, nos enfriamos, no tenemos ganas de cultos, de adoración, sólo de alguna acción en algunos casos. Pero para que haya una acción bien dirigida, necesitamos buena oración previa… Y no es como decir unas palabras mágicas y ya está. Sino buscar al Señor, clamar a Él y estar dispuestos a dejarnos transformar primero, y segundo, conducirnos según la orientación recibida por el Espíritu del Señor.
Pastor Antonio Martín Salado