Nº 1.847 – 24 de Noviembre de 2019
“Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.” (1 Pedro 3:8-9)
Para cumplir esta palabra apostólica es necesario solucionar los conflictos. Los estudios psiquiátricos más avanzados han llegado a concluir que los conflictos realmente minan nuestra energía y quiebran nuestra salud. Séneca diría que se consigue cercando al otro con buenas obras. Para amar así en la práctica como nos anima Pedro, es imprescindible tener una vida de oración. Sin pararse y abrir de par en par el corazón al Señor, es imposible bendecir a todos.
Hace poco estuve en una conferencia donde una científica cristiana de primer nivel hablaba del conocimiento del Señor por la experiencia de la contemplación de la creación. Mirar al cielo, posar la mirada sobre los árboles en otoño, o sobre las cigüeñas en las alturas, es una manera preciosa de orar. “Subir al monte” y experimentar a Dios en el marco de su creación. Sólo guardando silencio ante la Majestad del Creador nos impregnamos de su Persona, su carácter, su amor… Ahí somos cambiados y los conflictos desaparecen; se desvanecen ante la grandiosidad del Eterno. Somos conscientes de nuestra inmensa pequeñez y de la poca importancia que tienen aquellas cosas por las que discutimos la mayoría de las veces.
Al final, a la postre, sólo queda el Amor y todo lo demás nos sobra. Cuantas más relaciones hagamos más amigables nos volveremos y más felices seremos. Sólo en la soledad nos volvemos suspicaces y quejumbrosos. Es mediante la comunicación con nuestros semejantes que somos verdaderamente humanos. A mayor comunión, mayor bendición, y mayor unanimidad.
¡Un abrazo muy fuerte!
Pastor Antonio Martín Salado