Nº 1.841 – 13 de Octubre de 2019
“Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (Lucas 19:8-10)
Los enriquecidos andan perdidos y sabemos, por las mismas palabras de Jesús, lo difícil que es la entrada de un rico en el reino de Dios. Pero aquí tenemos un caso, el de Zaqueo. Y si Zaqueo, teniendo muchas posesiones y habiendo defraudado a no pocos seguramente, reconoció a Jesús como Señor, entonces hoy en día también es posible para otros opulentos y corruptos del siglo XXI. El evangelio es también para los ricos de este sistema. Hay que notar que la conversión genuina de un acumulador de dinero y bienes materiales se nota por el desprendimiento y el reparto con los necesitados y la indemnización con creces a los que fueron desposeídos injustamente. Si estas señales no se dan en los “ricos de las iglesias” debemos desconfiar de que se haya producido una conversión genuina al Señor Jesucristo. Porque para llamar a Jesús Señor, hay que reconocer que todo, absolutamente todo le pertenece. Siendo entonces nosotros meros administradores fieles y obedientes a los mandamientos del Señor. Los que se convirtieron en el día de Pentecostés se caracterizaron por el desprendimiento de bienes que les sobraban para paliar la pobreza en la iglesia naciente. Hace años escuché historias de cristianos que ponían posesiones suyas a disposición de sus iglesias para ayudar en el desarrollo de las congregaciones. Y estoy hablando en el contexto bautista en el que conocí al Señor Jesús. Pero hace ya mucho tiempo que no me entero de otros casos parecidos. No sé si es que no se dan tanto como antes o yo no me entero. Pero sí quiero dar las gracias desde el boletín al miembro de Eben-Ezer Vallecas que ha donado las sillas nuevas donde nos sentamos ahora y también a otros que también regalaron sillas en el pasado. Muchas gracias a todos. Me hacéis pensar que el cristianismo primitivo no está muerto.
Pastor Antonio Martín Salado