Nº 1.686 – 23 de Octubre de 2016
El Dios Eterno, en su misericordia, ha sembrado en el fondo del corazón de todos los humanos su Santa Ley: La Ley del Amor, expresada en un solo mandamiento fundamental: “Ama a Dios y a tu prójimo como a ti mismo.”
Creo sinceramente que no existe un solo ser humano que desconozca esta Ley.
Por otra parte, a dondequiera que vayamos, y dondequiera que nos encontremos, allí está Dios.
Naturalmente, no me refiero al “dios etiquetado por las religiones el dogmatismo intransigente”, aquel en cuyo nombre se quita la vida a otros hombres creados a su imagen y semejanza divina.
En el fondo del corazón humano se encuentra la voz profunda y amorosa que busca orientarnos.
Esa es la voz que no nos somete a un examen de religión organizada e institucionalizada, sino que nos cuestiona solamente en términos del amor recibido y el amor compartido con otros.
Nunca esperemos de parte de Dios nuestro Señor actitudes de violencia para que cumplamos su Ley.
¿Por qué? Porque Dios, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro, es Amor.
Cualesquiera sea nuestra procedencia y extracción, todos somos hermanos en Adam, y llamados a serlo también en el Hijo Unigénito, Jesús de Nazaret, en quien tenemos perdón de pecados y vida eterna.
Todos necesitamos aceptación, cariño, respeto y reconocimiento.
Esta es una riqueza indescriptiblemente grande que todos poseemos, que no puede faltar en las vidas de nuestros hermanos los hombres, que tú y yo poseemos y podemos difundir.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.