Nº 1.684 – 9 de Octubre de 2016
La actitud alegre es absolutamente esencial en la vida de todo ser humano.
La alegría se encuentra en los niños y en los jóvenes, pero no es tan fácil de hallar en las personas adultas.
Incluso entre cristianos es frecuente encontrarnos con rostros carentes de alegría, de gozo, de satisfacción.
Si somos observadores, comprobaremos que son muchos los rostros agobiados, insatisfechos, agotados, trastornados y desconsolados que vemos en las calles y en los medios de transporte de nuestra ciudad.
El exceso de trabajo, o la falta del mismo, las dificultades, los obstáculos e impedimentos, el exceso de compromisos, la falta de relajación, de reposo, de descanso, de sosiego, y un sinfín de cosas más han cobrado sus intereses en la vida de muchas personas.
El resultado ha sido tener que pagar altísimas cuotas al cuerpo y al espíritu.
No permitamos que la tristeza nos gane terreno lenta pero progresivamente, por cuanto hay un punto que una vez alcanzado será muy difícil eliminar.
Procuremos irradiar alegría, y que ella sea como el sol en nuestra vida, y cuya luz alcanza a todos, como la lluvia.
La clave radica en mirar a Jesucristo, el Redentor, Salvador y Maestro que Dios Padre ha provisto para nuestro bien.
Ese es el secreto del corazón joven y del alma gozosa de que tantos carecen, pero muchos buscan por caminos equivocados.
Nuestro gozo aumentará en la medida en que seamos gratos, enseñando a los nuestros, y a todos cuantos queden dentro de nuestro círculo, a valorar todas las bendiciones que recibimos del Padre de las Luces, comenzando por la entrega de su Hijo Jesucristo en rescate de nuestras vidas.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.