Nº 1.682 – 25 de Septiembre de 2016
Pocos saben que la voz castellana “generoso” tiene su origen en el latín “generosus”, cuyo significado es el “linajudo”, “noble”.
Las Sagradas Escrituras nos enseñan la bendición de la generosidad en muchos pasajes, entre los cuales hallamos Proverbios 11:24-25:
“Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.”
Hay quienes practican la generosidad dando cosas, pero el Santo Espíritu de Dios nuestro Señor mueve nuestros corazones para comprender y practicar la verdadera generosidad, la cual no consiste en dar cosas, sino en dar lo mejor de nosotros mismos.
Dar sin darse es un grave error muy extendido entre los humanos, comprendidos muchos cristianos.
Cuando descubrimos que la naturaleza linajuda y noble de la generosidad consiste en darnos dando lo mejor de nosotros mismos, sentimos nuestro error al poner freno a nuestra generosidad.
Conviene recordar siempre que Dios no se queda con nada, sino que sabe devolver lo que demos con creces.
Esto es así de manera especial cuando compartimos con los verdaderamente necesitados.
Descubrimos entonces que Dios se muestra todavía más generoso.
Recordemos la regla de oro que nos enseña nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo: Mateo 7:12: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la Ley y los Profetas.”
Sólo practicando la genuina generosidad vamos a descubrir la fuente de paz y alegría que radica en el compartir.
Mucho amor, y mucha generosidad. Joaquín Yebra, pastor.