Nº 1.649 – 7 de Febrero de 2016
El filósofo español Miguel de Unamuno decía que su religión era buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad.
Dentro del ámbito del pensamiento filosófico es difícil hallar una sentencia que supere a ésta en calado.
Pero es menester reconocer que quien dedica su vida a buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, corre el riesgo de emplear toda la vida en la búsqueda perdiendo su oportunidad de vivir.
Jesús de Nazaret, nuestro Señor, Salvador y Maestro, nos dice que su vida es hacer la voluntad de su Padre. Esa labor, en las propias palabras de Jesús, fue su comida y su bebida.
Y en ese caminar de Cristo Jesús, pudo hacer encuentros con los hombres y mujeres compañeros de la vida.
Así nos enseña el bendito Salvador que dondequiera que haya un hombre, habrá ocasión de hacer el bien, aunque nuestro zurrón esté vacío y nuestros bolsillos también.
Por ello, el mayor de los males será aquel que nos prive de todo sentimiento de solidaridad, no permitiendo que nos veamos a nosotros mismos en la mirada de los demás, comenzando por los más debilitados y marginados.
Las verdades de la vida no están ocultas al viajero, sino al cobarde que se esconde y pierde el genuino aspecto de todas las cosas.
Al mismo tiempo, no podemos transitar el camino de la perfección sin descubrir nuestras propias imperfecciones.
Lo incuestionable es que necesitamos de toda nuestra vida para aprender a vivir. Lo paradójico es que igualmente precisamos de toda nuestra vida para aprender a morir.
Jesús nos ha dicho que la polilla y el orín corrompen los tesoros acumulados, que los ladrones pueden fácilmente minar y robar nuestras posesiones, y que si no queremos sufrir pérdidas, hemos de hacernos tesoros en los Cielos, porque donde estén esos valores nuestros, allí estará también nuestro corazón.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.