Nº 1.644 – 3 de Enero de 2016
De lo que se trata es de que este año recién inaugurado sea un tiempo para experimentar a Dios.
Pero nuestra propuesta es que esa experimentación sea megareligiosa, es decir, experimentar a Dios como fundamento de todo ser, fundamento último de todas las cosas.
Experiencia que nos permita asumir que todo, absolutamente todo, es participante de la naturaleza divina, y que las piedras van a alabarle si quienes respiramos callamos.
No se trata exclusivamente del parentesco esencial entre el hombre y Dios, sino del conocimiento de que la naturaleza divina está en la base de todo ser.
Y aunque todas las cosas creadas tienen principio y fin, y, por consiguiente, todo llega a ser corrupto, caduco, pasajero, no obstante hay en todo un fundamento divino que deja una huella imborrable.
Por eso creemos que Jesús de Nazaret nos invita a sumergirnos en la mística divina, en el misterio del Dios del tiempo y del espacio, en la profundidad del Eterno, en la esencia divina, donde nuestro giro en torno a nosotros es corto, pero el viaje alrededor del astro rey es grande, como un anticipo, una figura y sombra de la vida eterna.
De esa manera somos hechos conscientes de que lo que Cristo Jesús es por naturaleza, a nosotros se nos ofrece por gracia, por favor inmerecido, fruto de la misericordia y la benignidad del Padre Eterno.
Si permanecemos concentrados en nuestros viejos modelos y esquemas heredados, nos pasarán inadvertidas las oportunidades de reemprender el camino, de superar obstáculos y montañas, y volar por encima de las nubes más oscuras, donde siempre brilla el Sol.
Dios que genera un año nuevo es quien también hace nuevas todas las cosas.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.