Nº 1.951 – 21 de Noviembre de 2021
“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” (Hechos 2:42-47)
A todos nos gusta mucho esta descripción de la primera iglesia en Jerusalén. Sobre todo, la última parte donde dice que “el Señor añadía cada día…” ¿Quién no desea el aumento de la Iglesia universal por el crecimiento de las comunidades locales? Estoy seguro de que estamos de acuerdo en este último punto. Pero seamos serios: la primigenia iglesia de Jerusalén creció por un derramamiento del Espíritu Santo y por la obediencia al Señor de los primeros cristianos. También sabemos que hubo posteriormente una limpieza, una poda de un sector que andaba engañando al Espíritu Santo. Lo conocemos por la muerte súbita de Ananías y Safira que mintieron al Señor sobre lo que daban en la iglesia. Pero hoy sólo pretendía destacar el ejemplo tan grande de unidad de aquellos antepasados nuestros en la fe, al practicar la unidad del Espíritu para ver si logramos parecernos un poquito más a ellos. Y lo hago repitiendo las palabras que nos cuentan de aquella unidad: COMUNIÓN, TODOS, JUNTOS, COMÚN, TODAS, TODOS, UNÁNIMES, JUNTOS, TODO, IGLESIA. Ahora, si quieres, hagámonos la siguiente pregunta: ¿cómo estoy yo involucrado con el significado de estos términos?
Pastor Antonio Martín Salado